Hoy en día consumimos a un ritmo vertiginoso. Constantemente nos bombardean imágenes por todos lados, lo que deja claro que no sobrevivirás sin una buena identidad visual. Ninguna empresa es capaz de conseguir un buen posicionamiento en el mercado sin una buena identidad visual. Para permanecer en la retina del espectador es necesario que todo tener una buena identidad, que la gente empatice con nuestra marca y que la reconozca, que destaque sobre las demás y que se diferencie de nuestra competencia.
Pero, ¿en qué consiste esto?
La identidad visual no es sólo el logotipo de una marca, sino un conjunto de elementos gráficos que van de la mano con el mensaje que la marca quiere transmitir, haciendo que el discurso sea coherente y sólido. Estos elementos son muy diversos, siendo el cabeza de lista el logotipo, que será la parte más visible de nuestra empresa.
Detrás de él vienen elementos como la tipografía elegida para comunicarnos con el cliente, los distintos elementos de papelería (tarjetas de visita, capetas, folios corporativos, sobres…), los elementos promocionales que se vayan generando, el tratamiento de las imágenes que usemos en nuestras publicaciones y sin dejar atrás la parte online, que cada día cobra más fuerza. La página web y las redes sociales tienen que tener una coherencia con el resto del mensaje que trasmitimos.
¿Qué conseguimos con una buena identidad visual?
Una de las más importantes, y que hemos mencionado anteriormente, el reconocimiento. El consumidor cada vez tendrá más clara la presencia de nuestra marca en el mercado. Esto va ligado a la reputación y la confianza que el consumidor deposite en nosotros.
El posicionamiento, puesto que todo esto irá sumando y aumentando el valor de nuestra marca en el mercado y su permanencia.
Y por último, y no menos importante, el ahorro. Una identidad que desde el principio tiene una base y un desarrollo estudiado hará que no tengamos que estar constantemente reinventándonos o volviendo a invertir
dinero en nuevos diseños o impresiones.